Maricones

Menudo follón se ha montado con el último episodio de South Park. Resulta que el pueblo se ve de repente invadido por una banda de moteros a lomos de sus Harleys y los niños, que desean que se larguen de allí por lo molesto que resulta su ruido y comportamiento, empiezan a referirse a ellos como «fags», es decir, maricones. Montan una campaña para echarlos, utilizando en todo momento «The F word» (así se llama el episodio). En un momento determinado, los gays de South Park empiezan a protestar porque se sienten insultados y de hecho las autoridades, en uno de esos giros surrealistas típicos de la serie, les montan a los niños algo parecido a un juicio sumarísimo por homófobos. Los niños dicen que no tienen nada en contra de los homosexuales y que «fag» tiene multitud de acepciones en el diccionario, todas ellas peyorativas, por lo que piden que se aplique a los moteros, que son la gente más indeseable a quienes se tienen que enfrentar. El «diccionarista» del pueblo, la alcaldesa y todos aceptan. Los moteros acaban aceptando con «orgullo» que les llamen «fags».

A mí me encanta South Park, por irreverente, incorrecto e inteligente, pero sobre todo por divertido. Casi nunca ha dejado de hacerme reír, muchas veces a mandíbula batiente, y el martes pasado no fue una excepción. Lo que no me imaginaba es la cola que iba a traer, que ha sido reflejada hasta en España. Asociaciones de gays y lesbianas han puesto el grito en el cielo, por lo que consideran un uso indiscriminado y negativo de una palabra que tanto daño ha hecho a tantas personas. En un foro en Blade, una de las principales publicaciones de este país sobre temas LGTB había gente que llegaba a decir que los creadores de South Park serán responsables de los suicidios de adolescentes homosexuales insultados, humillados, que se encuentran sin salida. Sinceramente, yo en ningún momento me sentí insultado por el episodio, aunque es cierto (mi chico lo dijo un par de veces, a la vez que se retorcía de la risa) que se pasaban un poco. Pero también se pasaron en un episodio en el que mostraban a Britney Spears literalmente destrozada y la vendían a no se qué mafia, o con sus críticas a la iglesia de la cientología (que hicieron que Issac Hayes, que daba voz al personaje «Chef» y que pertenece a dicha iglesia, abandonase la serie) y otras denominaciones religiosas (en el episodio anterior a éste, Satán, uno de sus personajes recurrentes, daba una fiesta de cumpleaños en una discoteca pero los matones no dejaban entrar a cualquiera; los obispos esperaban en cola en la calle, con sus mitras y con niños pequeños a cuatro patas atados a correas de perro, era hilarante). De eso se trata, de escandalizar. Es como Borat/Brüno, te gustará más o menos (a mí no me gusta), pero no deja de ser humor y, por lo tanto, sano. Y ciertamente necesario.

Es cierto que el tema LGTB está a flor de piel en este país. Los conservadores y las iglesias han celebrado la victoria en el referéndum de Maine contra el matrimonio entre personas del mismo sexo como si fuese el final de la Segunda Guerra Mundial. El nuevo Fiscal General de Virginia (cargo electo) hace comentarios de un tono homófobo que asusta y que en Europa occidental le obligarían con seguridad a dimitir en el acto. El Washington Post de hoy tenía un chiste estupendo en el que se ve a un hombre (blanco y calvo) arrodillado a los pies de la cama, rezando y diciendo: «No tengo trabajo ni seguro médico, pero aún así me siento agradecido: gracias a mi voto he impedido que los dos gays que viven en mi calle puedan casarse». Por un lado esta ciudad parece totalmente indiferente a la orientación sexual de cada cual, pero por otro la orientación sexual es uno de los principales caballos de batalla de la lucha política. Y me temo que va a seguir siendo así.

El martes vimos el episodio de South Park tras regresar de una cena. Mi jefe, que es un tipo fabuloso, un americano excepcional (políglota, culto, viajado, leído, bon vivant pero también tranquilo, callado, prudente, reflexivo), me invitó a cenar a su casa. Al hacerlo, me preguntó «¿Tienes pareja, verdad?» y me dijo que fuésemos por supuesto los dos. Le llevamos una botella de Ribera de Duero y un regalo para el perro -of course-, y al entrar me sorprendió ver que su pareja era otro hombre. Quizá se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que fuese homosexual, al ver que no llevaba anillo de casado, pero no le había dado más vueltas, no había nada que indicase que pudiese serlo. O quizá sí, no soy capaz de discernirlo. En realidad tengo que reconocer que en mis leves dudas, yo deseaba que fuese homosexual, deseaba que hubiese formado una familia como la mía (y él y su pareja, que tienen en torno a 50 años, llevan casi 30 juntos), deseaba que un hombre aparente anónimo y aburrido, que si aquí destaca es por sus habilidades lingüísticas o profesionales, no por su físico, su atuendo o su «buen gusto», compartiese el mismo tipo de deseo que yo, deseaba que alguien tan inteligente y capaz que lleva una vida «normal» (beneficiada, cierto es, por una afluencia económica envidiable pero visible únicamente al entrar en su casa), insisto, fuese homosexual. Porque, en el fondo, todos los que somos distintos a lo que aspiramos es a ser «normales», a pertenecer a la sociedad como cualquier otro, sin necesidad de justificar nuestro modo de vida ante nuestras familias, nuestros vecinos o desconocidos, disfrutando de los mismos derechos, reconocidos por las autoridades. A pesar de todo, seguimos (o, al menos, yo sigo) necesitando puntos de referencia y aspiramos (o al menos yo aspiro) a poder ayudar a otros como ejemplo de normalidad, de tranquilidad, de felicidad. Pude comprobar cómo mi jefe y su pareja se enternecieron, y se miraron a los ojos, cuando les dije que nosotros estábamos casados. Es una mirada que ya he visto en otras ocasiones entre quienes quieren o han querido hacerlos pero no pueden o no han podido.

Volví de la cena muy feliz, el vino de Virginia (los hay buenísimos) que nos sirvieron ayudó. Y al llegar vi el episodio de South Park y me reí como un bobo. Me fui a la cama contentísimo.


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