Sarah

Sarah se llamaba la mujer de Abraham. Vivió, según la biblia, 127 años y está enterrada junto a su marido y demás profetas del antiguo testamento en Hebrón, en lo que los musulmanes llaman “Mezquita de Ibrahim”, y los judíos “Tumba de los Profetas”.

Yo no sé si Sarah Palin se merece tener un nombre tan bonito (porque Sara es un nombre precioso) y de tanta resonancia histórica y religiosa. Que yo sepa, aún no ha utilizado el linaje de su nombre para justificar sus ambiciones pero puedo imaginármela leyendo las primeras frases de esta entrada e introduciendo referencias a aquella primera Sarah en su discurso político. Todo es posible en el mundo de Sarah Palin, todo vale, no hay nada que haga o diga que pueda sorprender.

Sarah Palin no era la delegada de clase. No era una gorda líder. Era la cheerleader buenorra que acompañó al baile de final de curso al chico más guapo del colegio, sin duda el “quarterback” del equipo de fútbol americano, el más deseado. Las chicas la envidiaban y la odiaban. Los chicos intentaban llevársela al huerto. Ella sólo quería salirse con la suya.

En el mundo de la política hay mucha incultura. Yo, que no siento mas que desprecio hacia (casi todos) los políticos actuales, siempre mantengo que quien se dedica hoy a la política es porque no sabe hacer otra cosa, porque no sirve para nada más. Sarah Palin, como George W. Bush, es el ejemplo perfecto, la prueba de la degeneración absoluta de la política de los Estados Unidos y, me temo, del mundo occidental. Ambos han hecho de su incultura una seña de identidad, algo de lo que parecen estar orgullosos y que en este país de grandes diferencias culturales suele jugar a favor de los políticos republicanos. Es difícil imaginar que en Europa se dejase pasar la impunidad y la tranquilidad con la que Sarah Palin afirma que su experiencia en politica exterior se debe a que ve la costa rusa desde Alaska (algo que además no es cierto porque salvo en el estrecho de Behring no es posible). O que Francia es su ciudad favorita.

Inculta, como tantos otros politicos, pero ¿tonta? Ni un pelo. Ni tonta ni mosquita muerta. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Sabe que la maquinaria industrial, militar, farmacéutica y financiera que mueve el mundo quiere tener al frente una marioneta manipulable. Y ella está dispuesta a ser manipulada siempre que pueda a su vez manipular, mentir, engañar, y dar lecciones de moralidad y buenas costumbres a todos. Cada vez que conoce a alguien le dice que es un ser excepcional. Ella desde luego parece serlo como el que más. Utilizó a su favor el embarazo de su hija (que ahora pregona las virtudes del celibato, será por experiencia propia) durante la campaña electoral del año pasado, saca en brazos a Trig, su hijo afectado de Down, como hacía la Pantoja hace 20 años con Paquirrín. En casa se refiere a Trig como «the mongol», según contó a Vanity Fair Levi Johnston, el padre de su nieto y un chico que sólo tiene 19 años, con el que mantiene una pelea pública constante desde que se separó de su hija. Tampoco se puede hacer mucho caso a lo que diga el chico, que puso a su hijo por nombre el de su marca favorita de productos de deportes de invierno. Aunque el muchacho esté bien bueno.

Sarah Palin responde a las preguntas de periodistas con «eso mismo digo yo» sin que se le mueva un pelo del moño. Comete los mismos errores de sintaxis y vocabulario que Bush o Dan Quayle (¿Por qué son los republicanos los más cenutrios? ¿Ha sido siempre así?) pero vende libros como churros. Ha conseguido dividir al feminismo: muchas mujeres norteamericanas de izquierda que nunca han visto más allá de Hillary Clinton votaron por ella y por McCain el año pasado, pues aparenta ser capaz de reconciliar vida profesional y laboral, el mito del feminismo de nuevo cuño. Es una mujer que presume de haber roto aguas en pleno mítin político, tras el cual se montó a un avión, regresó a Alaska, fue al hospital y parió. Jamás ha podido probar del todo que Trig es hijo (y no nieto, como dicen algunos) suyo. Tampoco le hace falta, como no le hace falta desmentir que, tal como pregonó en la campaña, caza alces desde un helicóptero a pesar de que la prensa probó que era mentira. Y de que no es legal. Pero, ¿quién no ha exagerado un poco o dicho alguna mentirijilla?

Sarah Palin sabe mentir. No fueron Josh Limbaugh o Glenn Beck (menuda pluma tiene el chaval, por cierto), los sumos sacerdotes de la prensa extremista, quienes se lanzaron la idea de que Obama no es americano de origen y, por lo tanto, no puede ser presidente. Fue Sarah Palin. Fue vista sonriendo cuando asistentes a uno de sus mítines en la campaña del año pasado pedían literalmente la cabeza del entonces senador Obama. No es ninguna mosquita muerta, no es ninguna inocente. Abandonó su puesto de Gobernadora de Alaska para escribir su libro, y no está claro qué hará ahora que está engordando sus arcas. Ha ayudado a destrozar el partido republicano, en cuyo seno hasta John McCain parece comunista, pero los votantes republicanos la consideran la principal figura del partido. No está claro si optará a la presidencia en 2012 o si se dedicará a la prensa. O si, como dicen algunas teorías conspiratorias, se hará con el programa de Oprah. No sé cual de las opciones me da más miedo. Bueno sí, lo que más miedo me daría es que pudiese vivir 127 años, como la Sarah bíblica. El mundo no se lo merece.


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