Callas

Tengo la tendencia a meterme en líos. Hice no hace mucho un comentario poco amable sobre un escritor no muy conocido y me cayó su ira, puse verde a una cantante medio olvidada que no me ha hecho nada (la pobre) y un fans me puso a caldo. Y ahora me dispongo a escribir sobre Maria Callas, la cantante de ópera más famosa de la historia, que despierta odios y pasiones en igual medida. Bien, de ésta, no voy a salir, lo tengo claro. Pero allá voy.

El otro día fuimos a ver “Master Class”, una obra de teatro de Terrence McNally basada en unas clases magistrales que la divina Callas dio en Nueva York a principios de los años 70, cuando ya llevaba un lustro retirada y antes de una gira final de recitales mano a mano con Giuseppe di Stefano que resultó un desastre. La obra es la segunda de una trilogía dedicada a Maria Callas, que es una obsesión vital del dramaturgo, como lo es de tanta otra gente, especialmente hombres homosexuales de una cierta edad, que poblaban el auditorio. No hace falta que diga que “Master Class”, que es una obra estupenda, es, como la propia Maria Callas, lo mas marica que existe.

A mí no me gusta la voz de la Callas, aunque me impresiona. Como a tantos otros, su timbre me parece bastante irritante, poco delicado y con un vibrato nada sutil, pero sin embargo tenía una voz superdotada, enorme por mucho que todo el mundo diga que se debilitó sobremanera con la pérdida de peso extrema que se autoimpuso para ser la mujer más deseada del mundo (se llegó a decir que se tragó a propósito una tenia para poder adelgazar mas rápido). Si Maria Callas, que sigue siendo la cantante lírica que más discos vende, destaca por encima de cualquier otro intérprete es por su generosidad, se vuelca y lo da todo en cada interpretación, sin “reservarse” para la función siguiente, sin dosificarse. Quizá ello explique su relativamente corta carrera, en la que sin embargo hizo de todo, cantó Brunhilde y Mimi, Konstanze (su único Mozart) y Violetta. Y redescubrió para el mundo el repertorio de “bel canto”, que estaba, a mitad del siglo XX, totalmente enterrado y que ella hizo renacer.

Hace unos años nos compramos un CD que contiene una grabación pirata, hecha en directo, de una representación de “La Sonnambula”, de Bellini, en la Scala de Milán. Dirigía la orquesta Leonard Bernstein. Escuchar a Callas cantar la “cabaletta” final de la ópera es estremecedor, hace con su voz lo que quiere, por arriba, por abajo. Bernstein, el coro y la orquesta siguen a la perfección sus “roulades” de coloratura y sus florituras, todo ad libitum, a su antojo. Los agudos son potentes y seguros, los trinos perfectamente claros, y todo ello a pesar de la pésima calidad de la grabación. El agudo final se oye a la perfección, destacando con una potencia inimaginable por encima de la orquesta, el coro y los vítores del público enfervorecido. No es para menos, a mí esta grabación, que he descubierto que está en YouTube y que aquí os dejo, me pone los pelos de punta.

En la primera escena de la obra de teatro se utiliza esta aria. La actriz que hace de Callas va contando, mientras se escucha de fondo la grabación, la importancia de sentir la música y el texto, de que los cantantes hagan una inmersión plena en los personajes que representan, que sientan lo que sienten, que vocalicen bien las palabras. La obra funciona casi como un monólogo, además de la actriz que hace de Callas sólo intervienen un pianista y tres cantantes, dos sopranos y un tenor, que se disponen a recibir la clase magistral de la “divina”. Y todo se convierte en una reflexión sobre el arte y el amor, sobre dar la vida entera por el arte (muy Tosca) y por el amor (muy Isolda, Violetta, Gilda, casi todas).

Una de mis arias favoritas es “Depuis le Jour”, una cursilada deliciosa de una ópera que apenas se monta ya, “Louise”, de Charpentier. La protagonista, Louise, acaba de despertar tras pasar su primera noche de amor con Julien, con el que ha escapado, y cuenta su felicidad, su despertar a los sentidos, al sexo y al amor. Se requiere mucha dulzura (y control de los pianissimi) para cantarla bien, y Callas demuestra en esta grabación que es capaz de hacerlo, que no sólo sabe representar a mujeres fuertes y apasionadas. Da gusto escuchar la vocalización perfecta en francés y da un poco de coraje comprobar que le cuesta un poco llegar a los agudos, que tampoco son para tanto. Ya estaba en pleno declive vocal. Eso sí, mejor Caballé.

En la obra hay continuas referencias a Onassis, por quien se retiró de los escenarios –aunque es cierto que su pérdida de facultades vocales coincidió en el tiempo. Había cierta ironía en el hecho de que estábamos viendo la obra en el fantástico centro Kennedy, un complejo de teatros y auditorios al borde del Potomac. Al fin y al cabo Onassis, su gran amor, la abandonó por Jacqueline Kennedy, la viuda del Presidente asesinado, el trofeo más codiciado para el hombre que lo tenía y lo quería todo. Eso sí, Callas nunca tuvo que adjetivarse el nombre, no tuvo que añadir una “O” para que se supiese quien era. No fue de víctima, hizo mutis por el foro en el teatro y también en la vida.

No he contado aún que la actriz que hacia el papel de Maria Callas, perfectamente caracterizada, con un acento greco-italiano logradísimo, era Tyne Daly, famosa por ser una de la protagonistas de la serie “Cagney & Lacey”, aunque no recuerdo cuál de las dos policías era. Estuvo inmensa, tanto cuando hacía de diva maltratadora de estudiantes como cuando le tocaba hacer introspección, repasando su vida mientras sonaban de fondo alguna de sus arias más características. Aunque bien pensado, quizá debiera haber interpretado el papel un hombre en drag. Cuando volvimos a casa ponían en el canal Sundance de televisión “Die, mommy die” y nos la tragamos con deleite. No pude dejar de pensar que Charles Busch, que también escribió y protagonizó “Psycho Beach Party”, habría hecho una Callas magnífica.

Es una pena que Mocho ya no esté en la blogosfera. Le habría dedicado esta entrada, creo que le habría gustado. Igual todavía sigue por ahí y lee esto… Venga, dedicada.


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