Spanglish

Cuando he bajado hoy a la cafeteria del edificio en el que trabajo a comprar mi «lunch», he tenido una conversación de lo más habitual con Mercedes Alicia, mi «server» favorita del «stand» de sandwiches.

– ‘Hola Mercedes Alicia, quiero un «tuna salad» con pan «multi grain».’
– ‘¿Quiere que le ponga «lettuce»?’
– ‘Sí por favor, y también tomate.’
– ‘»Lettuce and tomato», ok. ¿Quiere «pickles»?’
– ‘Sí, gracias. pero sólo si están enteros, no me gustan «sliced».’
– ‘Ay mi niño, sólo me quedan «sliced».’
– ‘No pasa nada, póngamelos igual.’
– ‘¿Algo más?’
– ‘Nada, muchas gracias.’
– ‘Pues hasta mañana. «Have a good one».’
– ‘»Have a good day». Hasta mañana.’

La verdad es que no sé de dónde es Mercedes Alicia. Tiene un acento suave, yo diría que colombiano, pero también es cierto que el «Spanglish» es más bien cosa de caribeños y centroamericanos. Los dominicanos, con permiso de portorriqueños, son los reyes del spanglish. Una cosa muy española que me encanta de su habla es que usan la palabra «coño», que es tabú en casi toda la América de habla hispana, sin tapujos. Una de mis jefas, dominicana del Bronx, dejó anonadados y escandalizados a unos mexicanos con el uso del vocablo a todas horas. Y el otro día teníamos en la oficina un cesto de cerezas y se puso morada diciendo «Qué bueno, coño, «this is so good».

Durante mucho tiempo le tuve manía al Spanglish pero de un tiempo a esta parte me encanta. Hace unos años conocí en Londres a George Steiner, el filósofo y semiólogo, que acababa de recibir el Premio Príncipe de Asturias. Me quedé muy sorprendido porque me hizo caso en lo que yo le contaba, que no eran más que mis nimiedades habituales (diez minutos más y le hablo de Ana y Johnny). Él decía que el siglo XXI será un siglo en español, que la cultura en nuestro idioma sería la más dominante en este siglo, entonces recién estrenado. Yo le hablé del Spanglish no como un mal uso de inglés y español sino como un idioma totalmente nuevo, y tomó nota (¡¡lo apuntó en su agenda!!) del nombre de Junot Díaz, otro dominicano del Bronx muy pagado de sí mismo pero que domina el nuevo idioma bastardo como nadie. Recomiendo vivamente la lectura de su novela «The brief wondrous life of Oscar Wao». Divertida, inteligente, escrita en una jerga fascinante.

Hace unos días, haciendo cola en una farmacia en Madrid, donde pasé un par de días a la ida y otros dos a la vuelta de Gran Bretaña, una señora mayor que esperaba delante de mí contestó a su teléfono. Tuvo una conversación de más o menos un minuto en la que sólo pronunció cuatro palabras entre silencios:

– ‘Dime’
– …..
– ‘Vale’
– …..
– ‘Venga’
– …..
– ‘Hala’

Y no le hizo falta decir más ná. Me quedé maravillado con la economía de lenguaje, de palabras, hasta de sílabas. Tengo que decir que no me gusta nada la palabra ‘vale’, y menos aún ‘venga’, aunque inevitablemente caiga en la imitación y las utilice. Su uso, que en América (donde en general se habla mejor español que en España) no es del todo comprendido, es muestra de la degeneración de nuestro idioma, que no gusta de neologismos ni palabras inventadas o extranjeras -apenas conozco a un par de personas que comparten mi gusto por el spanglish- pero asume con naturalidad giros feos que facilitan supuestamente el habla.

Recuerdo que George Steiner, que entiende el español pero no lo habla, me dijo que cuando le dieron un doctorado honoris causa en la Universidad de Santiago de Compostela preparó un discurso en castellano para la ceremonia. Contó que desde el inicio de la misma se dio cuenta de que todo el mundo hablaba un idioma que no era castellano y que se parecía mucho al portugués. No tenía tiempo de improvisar otra intervención y la leyó tal como la había preparado, preocupado porque no fuese del agrado de sus anfitriones, que obviamente preferían hablar en gallego. Al final me dijo una frase lapidaria: «Es una lástima, el único país del mundo en donde parece que hay gente a quien no interesa el español es España».

Cuando uno vive en Estados Unidos, se da cuenta de que, al igual que el inglés es el gran legado de Inglaterra al mundo, el castellano es el nuestro. En el metro, en el autobús, todos los carteles están en inglés y español. En la seguridad social los impresos están en ambos idiomas, en el menú telefónico de las consultas de los médicos siempre hay una opción «si desea hablar en español pulse el 2». No me voy a poner a decir las barreras que tiene el castellano en España, porque las conocéis de sobra y hacer demagogia no es lo mío, pero en el fondo da mucha pena ver cómo se entorpece su uso, porque se trata de imposiciones desde un poder paleto y provinciano y casi me atrevería a decir que analfabeto. Y si a eso le añadimos el modo tan triste en que lo desecramos, utilizándolo y hablándolo cada vez peor, estamos apañados.

Por cierto, que el mismo día que conocí a George Steiner conocí también a Elena Ochoa. Pero eso os lo cuento otro día, que ahora me voy a ver el «sunset», que promete ser muy «nice».


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