Squirrel

No es fácil despedirse. Lo peor de despedirse es saber que hay personas a quienes no se volverá a ver, lugares que aunque se vuelvan a visitar no serán iguales, situaciones que no se volverán a repetir.

Si hay algo que echaré de menos de DC es mi paseo mañanero, de camino al trabajo. Empezando en Lafayette Park y el jardín de la Casa Blanca, con su fauna tan variada de ardillas y todo tipo de pájaros, trabajadores gubernamentales, agentes de seguridad, turistas y manifestantes varios; siguiendo por la calle 17 y sus edificios oficiales tan mazacotes y luego la calle E, de la que he escrito en varias ocasiones. Es un espacio urbano soberbio, una calle muy ancha con un parque-bulevar en el centro, donde se juntan personas sin techo que por la mañana esperan a que la beneficencia de turno les dé su desayuno, ardillas y palomas a la caza de una nuez o una miga furtiva, familias enteras de patos nadando en las fuentes o descansando en la sombra. Todo ello presidido por unos magnolios magníficos. El otro día, en mi último paseo pude ver a un hombre afeitándole la cabeza a otro en una de las fuentes, mientras una pata, seguida por sus 7 patitos diminutos, amarillos con rayas, cruzaba la calle y paraba el tráfico. Todo el mundo sacaba sus teléfonos para hacerle una foto a una escena que parecía extraída de una novela de Marcel Pagnol.

Washington es una ciudad con mucha personalidad. Las ciudades norteamericanas, con las excepciones que todos conocemos (Nueva York, San Francisco, Nueva Orleans, Boston), son lugares inhóspitos, vacíos, con apenas residentes y una población transhumante de trabajadores que sólo se acercan desde la placidez aparente de los suburbios de lunes a viernes y de 9 a 5. Yo nunca había estado en Washington antes de venir a vivir aquí, no sabía muy bien qué esperar. Me encontré con una ciudad con una clara identidad propia, que no es únicamente un centro administrativo y un gran cerebro. Es una ciudad sorprendentemente sureña, decididamente afroamericana, muy bien organizada y con un excelente transporte público, dotada de unas zonas verdes fabulosas, con cierto complejo provinciano frente a las grandes urbes de la costa este, con unas bolsas de riqueza, y también de pobreza (es decir, una desigualdad rampante), increíbles.

Echaré de menos Washington. Echaré de menos a Blanca, la dulce secretaria mexicana de mi oficina, mi única ventana diaria, junto a este blog, a la lengua castellana. Echaré de menos a Chantenia, Vontrice, LeTosha, Aquanette y tantas otras compañeras de trabajo de nombre fascinante y socarronería interminable, como Veronika, a quien vi el último día con una peluca cortita muy favorecedora, tan frescachona como siempre. Echaré de menos los museos, en especial la Corcoran Gallery o el American Art Museum, y también el Folger Theatre, donde he visto algunos Shakespeares memorables. Echaré de menos nuestro pisito, tan vacío, tan de estudiante, tan liberado de la carga de 20 años comprando y guardando libros, muebles y todo tipo de cachivaches. Qué bien me ha venido soltar lastre.

Echaré mucho de menos a las ardillas. Todas las buenas historias, y este blog ha intentado sobre todo ser una buena historia, terminan donde empezaron. Y empecé con una ardilla negra. También las hay en Nueva York, ya lo sé, pero para mí, Washington DC y el casi año que he pasado aquí, quedará grabado en mi memoria gracias a estos animales tan simpáticos, tan listos que esperan a que el semáforo se ponga verde para cruzar la calle, tan aparentemente erráticos y sin embargo decididos.

Aunque ésta sea la última entrada de este blog, no abandono la blogosfera ni dejo de ser una ardilla, al menos en mi versión virtual. A partir de ahora me encontráis en Erratic Squirrel, mi nuevo espacio de divagaciones erráticas donde, desde Nueva York, saltaré de tema en tema como las ardillas saltan de rama en rama. Espero que nos reencontremos allá. Espero poder entreteneros.

Gracias a todos, queridos lectores, por haber hecho este blog, que es tan vuestro como mío.

Amor y lujo para todos
Fernando


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